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Archivos Mensuales: noviembre 2013

Empecé este cuento el diez de abril a las cinco de la tarde, después de mi (obligatoria) clase de religión. Ahora, mientras más lo pienso, más me recuerda a mis viejos amigos, de la mayoría ya no sé nada. Si están por acá, si leen esto, que sepan que aún pienso en ustedes, que estos exilios autoimpuestos no evitan que, de cada tanto en tanto, piense en ustedes como compañeros en la guerra, como faros advirtiendo la proximidad de la costa. Esto es para Topa, para Poio, para Grampus, para Thiago y para Mario.   

Lo excomulgaron el año 1535. Había sido llamado erudito por las cabezas de la Iglesia y sabio por muchos, muchos otros líderes de otras religiones y cultos menores. A la reverencial edad de sesenta y tres años había viajado por el mundo, conocido a los moros de Arabia y a los africanos de las tribus más remotamente alejadas del desierto. Hablaba trece idiomas. Conocia al mismísimo papa y ante él se habia postrado despues de besar su anillo de oro. Toda su vida había buscado a Dios en cada lugar donde su palabra se había expresado, fuera en árabe o en italiano, en latín o en francés. Lo habían comparado con Tomás de Aquino y con Platón y algunos, los más sorprendidos, murmuraban tras escucharlo que algún día sería Santo. Se llamaba Alfonso de Pavón. Era el hijo de un noble venido a menos y toda su vida había sentido la mano de Dios sobre él.

El Día de la Revelación diferentes líderes religiosos se congregaron en el mismo castillo, en la orilla de España y el territorio conquistado, Jamás hubo una congregación así y él era el único hombre en la historia al que le abrían todas las puertas y que podía reunir a todos. Fue, desde luego, el concilio más importante de todos los tiempos, más aún que el de Nicea, y ahora esta completamente olvidado.

Dios, empezó diciendo ante su atento público, tiene muchas caras.

Ese fuego de los Judíos es el fuego de los Cristianos, es la misma ira de Alá que le dio fuerza para derrotar a sus enemigos en la batalla de Badr y la que tumbó las murallas de Jericó. Y Dios es Zeus y es Afrodita, Mukuru, Odín. Al no poderse presentar en toda su magnitud adopta múltiples caras para que los hombres podamos comprenderlo. El Dios de los Cristianos es el Dios de los Egipcios y de los negros, dijo mientras el susurro horrorizado se convertía en un grito de genuino odio y vergüenza. Y Dios, en verdad (gritaba él mientras su auditorio se levantaba de los asientos para gritarse mutuamente y recordarse toda la historia de las guerras libradas entre si) es Amor. Tan grande es su amor que quiere que todos, sin importar su origen, pueden conocerlo. Tan grande es que nos ama y nos da las mismas oportunidades sin importar lo diferentes que seamos- terminó de hablar con lágrimas en los ojos mientras que los cardenales de Francia,  esos escuálidos viejecitos, se agarraban a golpes con el Imán del sur, todavía mucho más anciano y escuálido que ellos, y los representantes de la Iglesia Ortodoxa Griega rodaban por el suelo con los persas. Todos los representantes de todas las Iglesias y religiones que asistieron ese día a escuchar a Alfonso de Pavón terminaron golpeándose como niños callejeros.

Lo excomulgaron ese mismo día. Lo desterraron al siguiente y ninguno de los poderes que antes lo habían acogido en sus reinos y provincias quiso abrirle sus puertas. Las tribus del desierto desaparecieron entre las dunas, ningún intérprete quiso traducir sus palabras y cuando llegaba conociendo los idiomas, hicieron oídos sordos. Después de salir de Italia, pasar por África y ser cruelmente expulsado de las colonias españolas y portuguesas en América, siguió su peregrinaje hasta llegar a Inglaterra, en donde Enrique VIII, el excomulgado más famoso de esos tiempos, se río escandalosamente de sus desdichas y le permitió quedarse en su reino si juraba no predicar sus ideas malsanas y locas ante el pueblo inglés. Y Alfonso, después de ver las mil caras de Dios, adoradas por beduinos, cristianos, anglicanos, judíos, chinos, hindúes, japoneses, himbas, bosquimanos, tuaregs, zulus y más, también vio las caras de sus fieles dándole la espalda para monopolizar a Dios.

‘No veo, señor, como puedes amarlos’

Fue lo último que escribió en la última página del cuaderno en el que había anotado todas sus observaciones y murió de frío y soledad en la triste tierra en donde había ido a parar.

Encontramos su cuaderno en una casa abandonada.

Este ha sido el invierno más frío en diez años, tan frío que el agua se congela en las tuberías y las pestañas se pegan entre si por la escarcha. Leí el libro entero y después, con cierto pesar en el alma, lo arrojé a la hoguera, página por página. Ese compendio ya olvidado de las caras de Dios nos dio una noche de calor. Supongo, que si me esta viendo desde algún lugar protegido de cualquier religión, aprobará que lo haya hecho. Los dos sabemos que tan cruel puede ser el frío en este país.