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Archivos Mensuales: octubre 2010

Cuando volteó ya no era él mismo. Lo sabía, pero no estaba seguro. Miró con otros ojos y empezó a caminar con esos pies que no eran suyos y aún así no estaba seguro. La calle era la misma de siempre, y en la gente no parecia haber algo distinto. Llegó a su edificio, entró a su oficina al salir del elevador. Hizo el trabajo del día. Fue al baño. Se vio al espejo y no se vio. Era otra persona. Otros ojos desde los cuales él veía.

Salió a la calle y empezó a caminar. Aún era temprano. Movió cada dedo, los brazos, incluso la nariz. Se pasó la lengua por los dientes y sientió todo. Y de todas formas no era él.

Pestañeó y ya no era la persona que había sido antes. Se pasó las manos (otras manos) por el cabello, las metió en sus bolsillos, sintió las monedas que había dentro de estos. Cerró los ojos. No pasó nada y siguió caminando. Regresó a su oficina a recoger sus papeles. Nadie notó nada extraño. Uno de los asistentes le sonrió, como siempre.

Volvió a salir. Se metió a una cafeteria a observar a la gente. Odió el café al probarlo con esa boca. Se metió al baño del local a observarse en el espejo. No era él. Tampoco era el de antes. De repente más café le pareció buena idea. Fue al mostrador, pidió un café grande sacó un billete y pestañeó, para luego verse a si mismo -que no era realmente él- pagando. Contuvo la risa. Le dio el cambio. Vio como otro, el que él había sido, bebía su café y se iba del local. Pasó el resto de la tarde cobrando café y preparándolo. Luego, nada más por probar, fue a su oficina. No pasó nada, a pesar de que llevaba el uniforme de los empleados de la cafetería. Salió. Vio una pareja besándose frente al edificio. No había abierto los ojos y sentía los labios y la lengua de la mujer.

Fue al metro. Escuchó música en su reproductor. Frente a él (sin ser él, por supuesto) había una chica, también con audífonos. Cerró los ojos y sonaba otra canción que la que estaba escuchando. Abrió los ojos y se miró a él. Ahora era ella. Sonaba jazz. Siempre había odiado el jazz, pero le gustó. El hombre frente a él, el mismo que él había sido la (lo) miró. Cerró los ojos, los volvió a abrir. No pasó nada. No sintió nada. Llegó a casa, como todas las noches. Cenó con su mujer. Durmieron en la misma cama, como todas las noches. En la mañana salió. En un alto, miró hacia un lado y de repente estaba en otro auto, conduciendo. Fue a su oficina. Al día siguiente pasó lo mismo. Después también. Al día siguiente, lo mismo. Volvía a casa todas las noches como alguien distinto. Llegó a encontrarse con algunos de los que había sido. No pasó nada. No sentía nada.

Un día volteó y ya no era él mismo. Cuando volteo no era nada. Entonces fue que empezó a gritar.

Ahora ya no te pienso en las mañanas, ya no suspiro tu nombre cuando estoy solo, ya no te imagino en las tardes cuando cae el sol y el cielo entero -por un instante- se pone rojo y el todo cambia su color. ¿Te acuerdas de esas tardes, nuestras tardes? Probablemente no y si sí, no las recordarás de la misma forma en la que yo las recuerdo. Te burlarás de mi, por anticuado. Tú siempre fuiste muy cruel. Dicen que los niños son crueles, pero nunca nadie habló de las niñas como tú. No es que no hayas crecido, es que nunca dejaste de ser niña. Y ahora que eres mayor, no dejas de ser una niña, una niña grande.

Ya no escribo cuentos, ya no escribo poesía pensando en ti. Quiero escribir cartas de amor hasta morirme y mandarlas por correo a todas partes y para que las lean extraños, nunca tú. Y decir que no te quiero, aunque te quiera.

Ya no estabas ahí cuando me fui. Me fui yo primero, no como una huida cobarde sino retirándome, con la resignación terrible de quienes saben que es el final. Contigo no estaba vivo. Y ahora sin ti estoy muerto, nunca he estado más muerto. Y aún así, contigo nunca estuve vivo. ¿Te acuerdas?. Yo sí. ¿Qué hacías cuando me fui? De cualquier forma, ya no estás. No estamos ninguno de los dos.

Bueno, te decía.

Ya no te pienso en las mañanas. No suspiro tu nombre -en secreto- cuando estoy solo; no soy yo quien te imagina en las tardes. Eres tú quien llega, cada noche, suspirando entre sueños, cuando cae el sol y el cielo entero  -y por un instante- se pone rojo y entonces cambiamos de color.