archivo

Archivos Mensuales: agosto 2018

No me gustaría decir que tienes la culpa de un cuento. Tampoco la responsabilidad. Más (o menos) si es un cuento incompleto. Entonces llego a la conclusión de que lo único que puedo decir es te regalo un cuento. Este nada más es un pedazo, pero el cuento entero es tuyo.

Todas las arañas tenían tus ojos. A veces tocaban el violín. Algún profesionista de los sueños podría horrorizarse por la aparición súbita de las arañas: todavía más quienes se dediquen a actividades más abstractas, como la contaduría o ciencias de la alimentación y no me quiero imaginar lo que podría imaginar un especialista de la higiene mental al respecto, pero, de nuevo; a mí siempre me han gustado las arañas. Y todas las arañas tenían tus ojos, que resultan ser los más bonitos.

.

.

.

Las instrucciones del doctor son muy claras y las medicinas de la receta se pueden encontrar en todas las farmacias. Dependiendo del día, me tomo una o dos pastillas. O tres. O cuatro. Durante la primera semana aparecen los efectos secundarios y veo tus ojos por todos lados. Puestos en la cara de mi madre, por ejemplo. De mi hermano. Del gato. En la cara de la farmacista, cuando voy por la dosis de emergencia a la farmacia. Son tercos, dice el doctor cuando le llamo con urgencia, pero las indicaciones son precisas y permanecen igual: ahóguelos. Ahogue a sus sueños o éstos terminarán por asfixiarle a usted y es curioso, jamás me habría planteado que lo que una sueña le pudiera hacer daño, pero al parecer ese es mi caso y al buscar y no encontrar solución definitiva a mi problema, el remedio temporal se encuentra en el fondo de un frasco gris de pastillas también grises, una y dos y tres y cuatro, creo ver un cerdo volador antes de cerrar los ojos y caer rendida en la cama y ese es el último sueño que aparece mientras estoy despierta que voy a tener. Me pregunto, con los párpados cerrados, si ésto también es una forma de huir, pero no. Nada más quiero dormir, que de vez en cuando pueda dormir sin soñar y despertar descansada. Pensando en la huida, veo todas las veces cuando no dije nada, cuando dije demasiado y me aterra pensar que los ojos las verán en mi cabeza, cuando se repitan en mis sueños. Nadie sabe cuántas veces he fallado, sólo yo. Y ahora tú, pienso, pero cuando llego a mi cabeza, ya dormida, la encuentro vacía y blanca, sin ningún indicio de los sueños que se aparecen cada noche. Las pastillas han cumplido su promesa: los ojos ya no están y desde esa noche, no vuelvo a soñar.